Los primeros días de la presidencia de Juan Manuel Santos han abierto un abanico de opiniones acerca de la relación de continuidad o no respecto del gobierno anterior, así como de los propósitos y los alcances de la política para el cuatrienio que se ha iniciado. En la filas del uribismo ramplón que se le había impuesto al país, sus más genuflexos exponentes han llegado a sugerir una traición en curso; otros, fieles a su talante camaleónico guardan hoy distancia crítica frente a su anterior patrón. Consuetudinarios contradictores, sorprendidos, se han declarado a la expectativa. En el campo de la izquierda, su derecha –consecuente con su gelatinoso y siempre pedante accionar– siguió en la infructuosa búsqueda del gran acuerdo nacional; en otros sectores, no se reconoce cambio alguno y se afirma que se trata simplemente de un gobierno en cuerpo ajeno, de mero continuismo. No faltarán aquellos que para justificar sus nuevas posturas señalen contradicciones en el seno del gobierno y destaquen la existencia de un ala democrática a la que habría que apoyar. En fin, la discusión para caracterizar el gobierno de Santos se encuentra abierta. En este breve texto quiero presentar algunas ideas al respecto.