A cerca de cuatro meses de la instalación formal de los diálogos entre el gobierno nacional y las FARC-EP en Oslo y a tres del inicio de las conversaciones en La Habana se advierte la complejidad de un proceso que se adelanta en medio de la confrontación bélica. A las dificultades propias de la búsqueda de un acuerdo político en la Mesa de diálogos entre partes que históricamente han sido antagonistas, se le adicionan las que provienen de la dinámica de la guerra. Como es obvio, imponiéndole una mayor fragilidad al proceso y haciéndolo peligrosamente vidrioso.
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